Quizá la lluvia lenta, la hora
oscura,
O esta soledad no resignada.
Quizá la voluntad que se recoge
En la tarde que cae sin remedio.
Finjo en el suelo marcadas las
rodillas,
Y mi imagen dibujo en penitencia.
A los dioses sin fieles invoco y
rezo,
Y pregunto a qué vengo y lo que
soy.
Prudentes y en silencio oyen los
dioses,
Sin un gesto de paz o de rechazo.
Entre las manos lentas va pasando
La criba del tiempo irrecusable.
Una sonrisa, al fin, pasa furtiva
Por sus rostros de humo y polvo
hechos.
En las bocas resecas brillan
dientes
De roer carne humana desgastados.
Tan sólo la sonrisa recompensa
El cuerpo arrodillado en que no
estoy.
Anochece por fin, los dioses
muerden,
Con sus dientes de niebla y de
verdín,
La respuesta que al labio no
llegó.
José Saramago.
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